Mi vecino, el Lago, en el invierno
se pone temperamental.
Amanece con la mitad de la cara
cubierta de hielo impenetrable, duro, austero;
y con la otra cubierta de la risa
y las cosquillas que le hace el viento…
Los cisnes no se intimidan. Ellos
se apoyan en su frialdad, caminan por ella y de pronto saltan a su sonrisa,
buscando el vaivén de un corazón.
En el invierno todos se quedan
sin ropa, y nadie puede prestarla…
Se caen los maquillajes y los
brillos.
Ahí estamos todos despojados, y
de tanta honestidad a ratos nos quedamos sin habla, atragantados en un alarido insospechado.
De tanta honestidad se nos caen
las lágrimas y volvemos… volvemos.
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